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Es medianoche en una oficina suburbana. Un técnico abre su computadora portátil y escribe una contraseña encontrada en una base de datos antigua en la dark web. Sin segundo factor, sin alerta. Solo un clic, y las puertas digitales de una de las infraestructuras críticas más importantes de Estados Unidos se abren por completo.
Así comienza el caso Colonial Pipeline, uno de los cold cases de ciberseguridad más instructivos para los líderes responsables de redes industriales y servicios esenciales.
Colonial Pipeline opera más de ocho mil kilómetros de oleoductos que transportan gasolina, diésel y combustible para aviones desde Texas hasta la Costa Este. Aproximadamente el cuarenta y cinco por ciento del combustible consumido en la Costa Este viaja por esos conductos.
El 7 de mayo de 2021, la empresa sufre un ataque de ransomware. Sus sistemas informáticos son comprometidos y la organización decide cerrar todo el oleoducto durante varios días como medida de precaución. El resultado es bien conocido: largas filas en las estaciones de servicio, aeropuertos en problemas, y un estado de emergencia federal. El grupo responsable se llama DarkSide, como confirmó el FBI pocas horas después.
Detrás del final espectacular hay una secuencia casi banal.
El acceso inicial ocurre a través de una sola cuenta VPN que ya no estaba en uso pero seguía activa, protegida únicamente por una contraseña. No había autenticación multifactor. La contraseña, compleja pero reutilizada, había terminado en línea después de una brecha en otro servicio. Una credencial expuesta, sin controles previos, un punto de entrada conveniente para cualquiera que supiera dónde buscar.
Una vez dentro, los delincuentes mapean la infraestructura y recopilan información. Antes de iniciar el cifrado, exfiltran casi cien gigabytes de datos corporativos.
El 7 de mayo, el ransomware se lanza contra los sistemas IT. Las estaciones de trabajo del área administrativa y los servidores IT son cifrados. Los sistemas de control industrial no se ven afectados directamente, pero la empresa decide igualmente detener todo el oleoducto para evitar un posible salto de IT a OT y para gestionar el caos.
La compañía paga aproximadamente 75 bitcoins, unos 4,4 millones de dólares en ese momento, para obtener la clave de descifrado, como reportó The Guardian.
Semanas después, el Departamento de Justicia recupera 63,7 bitcoins. Pero el daño ya estaba hecho. Las imágenes de estaciones sin combustible recorrieron el mundo, convirtiendo una sola cuenta olvidada en una crisis nacional de seguridad.
El caso Colonial Pipeline es un manual vivo de todo lo que los servicios ofensivos de CyberGrant están diseñados para poner a prueba antes que los criminales. Tres debilidades clave destacan:
Acceso remoto sin controles modernos de seguridad
Ausencia de simulaciones realistas de ransomware
Falta de visibilidad y segmentación en los límites IT-OT
Los servicios ofensivos de CyberGrant comienzan con una fase de reconocimiento ético, similar al que realizaría un grupo de ransomware como DarkSide.
Un equipo ofensivo habría:
buscado credenciales expuestas en la dark web,
evaluado los gateways VPN para verificar la aplicación de MFA,
identificado cuentas inactivas, mal configuradas o aún habilitadas,
simulado el acceso usando una credencial desactivada para mostrar la ruta real del ataque.
El resultado: un informe preciso y basado en evidencia que demuestra cómo una cuenta VPN olvidada puede conducir directamente a sistemas críticos.
Otro paso esencial es la emulación de ransomware y los ejercicios de crisis con ejecutivos, que preparan a la organización para escenarios de alto impacto.
CyberGrant habría:
diseñado una campaña de red team para simular la distribución de ransomware,
medido los tiempos de detección, aislamiento y recuperación,
conducido simulaciones de crisis con IT, OT, Legal y Alta Dirección.
Preguntas estratégicas clave:
¿Cuándo detenemos el oleoducto?
¿Quién decide si se paga el rescate?
¿Cómo comunicamos con reguladores y agencias federales?
La resiliencia al ransomware no es teórica. Se mide mediante pruebas realistas y controladas.
CISA subrayó una lección clave: la ausencia de un límite claro y exigible entre redes IT y OT.
Un ejercicio ofensivo habría:
mapeado las rutas de movimiento lateral entre IT y OT,
identificado brechas de segmentación y cuentas compartidas,
probado si un atacante podía alcanzar las consolas de control del oleoducto,
simulado un salto IT-OT para exponer debilidades sistémicas.
Comprender la probabilidad realista de una intrusión entre dominios permite diseñar planes de respuesta que no dependan de detener una infraestructura nacional completa.
Con un programa de Servicios Ofensivos de CyberGrant ya implementado:
La cuenta VPN olvidada habría sido identificada y desactivada.
La autenticación MFA obligatoria y el monitoreo de credenciales expuestas habrían bloqueado el acceso inicial.
Las simulaciones de ransomware habrían revelado fallas en respaldos, monitoreo y respuesta.
Un mapa IT-OT claro habría permitido contener el incidente sin detener la distribución de combustible.
Es posible que algún ataque hubiera ocurrido igualmente.
Pero una sola credencial obsoleta no habría sido suficiente para paralizar casi la mitad del suministro de combustible de la Costa Este.
1. Las cuentas fantasma son una amenaza silenciosa
Cada cuenta remota olvidada pero activa es una puerta abierta para los atacantes. La búsqueda continua de credenciales expuestas es obligatoria.
2. No existe preparación sin simulaciones realistas
La resiliencia contra ransomware se demuestra en pruebas reales, no en documentos.
3. Los límites IT-OT deben ser explícitos, reforzados y probados
Si los sistemas OT pueden alcanzarse desde credenciales VPN corporativas, la brecha es cuestión de tiempo.
4. La seguridad ofensiva es esencial para infraestructura crítica
Es el equivalente digital de un simulacro contra incendios, pero aún más necesario.