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Es oficial: desde hace algunas semanas llegó Atlas, el nuevo navegador desarrollado por OpenAI, y promete revolucionar la forma en que utilizamos la computadora y buscamos información en línea. Era solo cuestión de tiempo: el monopolio de Google en las búsquedas se está tambaleando, y un nuevo gigante tecnológico ha entrado en la arena con una propuesta radicalmente diferente.
Pero esta vez no se trata solo de un cambio de guardia. Estamos presenciando un cambio de paradigma que toca el corazón mismo de nuestra privacidad digital. Y créanme, después de años dedicados a diseñar sistemas de protección de datos y registrar patentes en este sector, sé reconocer cuando una tecnología cruza esa línea delgada entre innovación útil y amenaza sistémica potencial.
Este es uno de esos momentos.
Con Atlas ya no estamos simplemente "navegando". Estamos interactuando de una manera fundamentalmente nueva. Cada una de nuestras acciones, cada clic, cada ventana en la pantalla se convierte ahora en una imagen que es procesada por un modelo de inteligencia artificial en tiempo real. No estamos hablando de rastreo tradicional: estamos hablando de visión artificial aplicada a todo lo que hacemos en nuestra máquina.
Piénsenlo un momento: el navegador ya no se limita a memorizar qué sitios visitamos o a colocar cookies. Ahora ve literalmente lo que hay en la pantalla. Ve tus documentos abiertos, tus correos electrónicos, tus hojas de cálculo, tus facturas, tus conversaciones. Y no solo los ve: los interpreta, los comprende, actúa sobre ellos.
Recuerdo cuando hace años patenté un sistema para bloquear la captura de pantalla, una tecnología que hoy se utiliza activamente en entornos empresariales para proteger información sensible. En aquel entonces, cuando hablábamos del tema con colegas, ni siquiera estaba en nuestros pensamientos más remotos que pudiera llegar un navegador capaz de capturar la pantalla durante la navegación, no como una puerta trasera maliciosa sino como la característica principal, como el asistente "útil".
Sin embargo, aquí estamos.
Mi experiencia en el sector me ha enseñado que las amenazas a la seguridad de los datos siempre van un paso adelante de la conciencia colectiva. Hace algunos años, cuando comencé a observar las primeras actividades masivas de scraping por parte de entrenadores de IA —esos rastreadores automatizados que raspaban sitios web enteros para entrenar modelos lingüísticos— me hice una pregunta: "¿Qué sucede cuando esta capacidad de extracción de datos entra directamente en el navegador del usuario?"
La respuesta fue FileGrant.
Registré la patente de lo que hoy es el primer sistema del mundo capaz de bloquear el scraping de datos directamente en el navegador, impidiendo que las IA "lean" y "memoricen" el contenido de los documentos compartidos. Inmediatamente después del registro, esta tecnología se convirtió en una función distintiva de FileGrant, nuestra plataforma de compartición segura de archivos que hoy compite con gigantes como Microsoft, pero con un enfoque radicalmente diferente hacia la protección de datos.
¿Por qué esta tecnología es más relevante hoy que nunca? Porque hasta ayer, los sistemas de publicidad y rastreo se limitaban a registrar qué sitios visitábamos o, como mucho, rastreaban mapas de calor para entender dónde hacíamos clic con más frecuencia. Eran sistemas "ciegos" en el sentido literal: no veían el contenido, solo recopilaban metadatos de comportamiento.
Con Atlas, en cambio, las reglas del juego han cambiado completamente. La IA ve lo que sucede en la pantalla en el verdadero sentido de la palabra. Interpreta nuestras intenciones, elabora una acción y la ejecuta de forma autónoma. Es un poder increíble para la productividad... pero también un riesgo enorme para la seguridad de los datos.
Y aquí es donde la cuestión se vuelve realmente crítica. ¿Qué sucede cuando el navegador —y por lo tanto la inteligencia artificial que lo alimenta— "captura" datos reservados, información personal de clientes, documentos financieros, estrategias empresariales confidenciales?
Corremos el riesgo de violar el RGPD (Reglamento General de Protección de Datos), la Ley de Protección de Datos Personales, o cualquier otra normativa sobre protección de datos sin siquiera darnos cuenta. Y el problema no es teórico: es tremendamente concreto.
En un contexto empresarial, donde las "IA sombra" —esas herramientas de inteligencia artificial que los empleados utilizan a escondidas de los departamentos de TI— proliferan de manera incontrolada, el peligro es real y presente. Cada día, en miles de empresas, alguien está cargando datos sensibles en ChatGPT, Claude, Copilot u otros asistentes de IA, a menudo inconsciente de las implicaciones legales y de seguridad.
Ahora agreguemos Atlas a este escenario. Un navegador que por su naturaleza "ve" todo lo que está en la pantalla. Ni siquiera es necesario hacer una carga consciente: basta con que un documento sensible esté visible mientras la IA está activa.
La pregunta no es "si" habrá una violación de datos, sino "cuándo".
Quiero ser claro en un punto: la solución no es detener la IA o volver a tecnologías obsoletas. La inteligencia artificial llegó para quedarse y, francamente, si se usa bien, puede ser una herramienta extraordinaria. El problema es usarla con conciencia y con las herramientas adecuadas.
Después de años de trabajo en este campo, puedo identificar tres pilares fundamentales para proteger los datos en la era de los navegadores con IA:
¿El primer error que vemos constantemente? Compartir documentos con permisos de descarga cuando no es necesario. Cada vez que permitimos la descarga, perdemos completamente el control sobre ese archivo. Puede ser copiado, redistribuido, cargado en IA, modificado.
La regla debería ser simple: compartir siempre en modo de solo lectura, a menos que haya una razón específica y documentada para hacer lo contrario. Parece básico, pero es el primer nivel de protección que la mayoría de las organizaciones descuida.
Aquí entra en juego la tecnología que he desarrollado y patentado. Ya no basta con confiar en PDF protegidos con contraseña o simples marcas de agua (que la IA puede leer e ignorar fácilmente). Se necesitan modelos de protección nativos que bloqueen activamente el scraping y la captura de contenidos por parte de los navegadores con IA como Atlas, ChatGPT o Copilot.
Estos sistemas deben operar a nivel de renderización, impidiendo que la IA "vea" el contenido incluso cuando está visualizado en la pantalla. Es un desafío técnico complejo, pero es exactamente para lo que diseñamos FileGrant: crear una capa de protección invisible para el usuario pero impenetrable para las IA.
Y aquí es donde muchas empresas se equivocan. Utilizan herramientas genéricas para compartir archivos —Dropbox, Google Drive, OneDrive— y luego intentan "parcharlas" con políticas y capacitación de usuarios. Pero si la herramienta no fue diseñada desde cero para la seguridad en la era de la IA, ninguna política podrá compensar sus vulnerabilidades estructurales.
FileGrant nació exactamente por este motivo: no es un servicio de almacenamiento adaptado para la seguridad, sino una plataforma de protección de datos que incluye funcionalidades de compartición. La diferencia puede parecer sutil, pero es fundamental. Cuando comenzamos a desarrollarlo, ChatGPT estaba en sus inicios, Atlas ni siquiera existía en los documentos de planificación de OpenAI.
Sin embargo, ya teníamos claro hacia dónde se dirigía la industria. Y hoy, con la llegada de Atlas y de navegadores similares que seguramente seguirán, la utilidad de herramientas como FileGrant se vuelve no solo evidente, sino esencial.
Atlas representa solo el comienzo. En los próximos meses veremos multiplicarse los navegadores con IA, asistentes cada vez más integrados en nuestros sistemas operativos, agentes autónomos capaces de ejecutar tareas complejas. Es una revolución que no podemos (y no deberíamos) detener.
Pero podemos —y debemos— prepararnos. Las empresas que sobrevivirán y prosperarán en este nuevo escenario serán aquellas que hayan comprendido una verdad fundamental: en la era de la IA omnipresente, la seguridad de los datos ya no puede ser una reflexión tardía. Debe ser el fundamento sobre el cual construir cada herramienta, cada proceso, cada interacción digital.
¿Hacia dónde nos llevará esta nueva era? Una cosa es segura: si no actuamos ahora para proteger nuestros datos, lo descubriremos de la manera más dolorosa posible.
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